
Los perros se equivocan…
Todas las publicaciones que escribimos en dogminancia.com tienen su origen en la experiencia propia y/o en el aprendizaje y la observación. El Covid-19 ha eliminado casi completamente esta última “vía de inspiración”, pero ayer el azar hizo que nos encontrásemos con la posibilidad de escribir esta entrada sobre un tema del que, en el fondo, siempre quisimos escribir.
En uno de esos breves momentos en los que salimos a la calle para que los perros hagan sus necesidades y en los que, normalmente y por mucho que sorprenda a las personas que no comparten su vida con un perro, nunca pasa nada digno de mención, esta vez sí pasó algo: miro a lo lejos y veo a un hombre, de unos treinta años, sentado en una roca, hablando con el móvil y comiéndose unas patatas fritas ¿¿?? Era algo tan fuera de lo normal en estos tiempos, tan llenos de rutina que nos han tocado vivir, que éste que escribe, que es un observador nato, pasó por alto que un precioso y joven braco alemán se acercaba a nosotros a toda velocidad, tan despreocupado y feliz que tardé en unos segundos en ser consciente de que le estaba recibiendo con una amplia sonrisa.
Tras un buen rato en el que realmente llegué a pensar que el perro estaba solo, de repente, el hombre se levanta sobresaltado, tirando al suelo la bolsa de patatas que tenía en el regazo pero manteniendo el móvil pegado a la oreja y grita “¡¡Lolo!! ¡No! ¡¡Ven aquí!!” Pero Lolo, como si fuese sordo o como si nunca se hubiese visto en una igual, siguió saltando sobre mi, corriendo como un loco alrededor de nosotros ¡tan contento! Y el hombre pasa apresurado a nuestro lado y dice “perdona…¡Lolo que vengas aquí j..er!!” Y Lolo corriendo y corriendo sin parar…. mientras el hombre y el perro se alejan (con constantes idas y venidas de Lolo), a la vez que escuchamos que dice por el móvil “que este perro es tonto. No hace ni p… caso”
No pudimos ver cómo finalizaba la escena pero estamos seguros de que a Lolo le cayó una buena reprimenda. Sin embargo, el único que realmente se había equivocado (comportándose como si no estuviésemos en estado de alarma, dejando al perro suelto y sin estar pendiente de él, etc.) se fue de rositas…
Siempre nos ha llamado la atención la forma en la que los seres humanos solemos minimizar nuestros errores con los perros (incluso hasta el punto de no verlos y achacárselos a nuestros compañeros de cuatro patas) mientras se es inflexible con los suyos (incluso aunque no existan, como en el caso real que os acabamos de contar).
Se es tan inflexible con ellos que muchas veces ni siquiera dejamos que se dé la posibilidad de que ocurran y las personas nos pasamos los paseos tratando de anticiparnos y de controlar a nuestros perros para que “no hagan nada mal” (no se alejen, no molesten a las personas, no asusten a otros perros, no cojan nada…) aunque casi siempre y paradójicamente, conseguimos que hagan justo aquello que queremos evitar o provocamos que surjan verdaderos problemas que nunca hubiesen aparecido sin nuestra intervención.
Pero la realidad es que tener la posibilidad de equivocarse es necesario para nuestros perros (igual que lo es para nosotros); porque es lo que les permitirá crecer como individuos, aprender a relacionarse con el entorno, a resolver situaciones y problemas y a gestionarlos, adquirir su perronalidad…
Los perros, como nosotros, necesitan poder elegir libremente y la experiencia diaria es básica para que puedan aprender (incluso para que sepan lo que “está bien y lo que no”). Es mucho más importante que un perro aprenda a gestionar situaciones (aunque, desde nuestro punto de vista, se equivoque) que el hecho de que haga algo bien o mal. Lo mismo aplica a las personas: aprender cuando debemos intervenir y cuando simplemente tenemos que seguir observando es una de las cosas más difíciles de conseguir y que solo lograremos mejorando nuestros conocimientos, observando, equivocándonos y dejando equivocarse a nuestros perros…
En resumen, es necesario normalizar el error y minimizar al máximo nuestra intervención cuando nos relacionamos con nuestros perros. Nosotros nos equivocaremos y nuestros perros se equivocarán pero, con paciencia y la actitud adecuada, nuestros perros mejorarán, nosotros mejoraremos y nuestra relación con ellos también lo hará… Desde luego, hay otro camino que, bien aplicado, nos llevará a justo al extremo contrario (tener un perro completamente anulado e incapaz de decidir nada por si mismo) pero no creemos que ninguna de las personas que hayan llegado hasta el final de este texto quieran seguir esa vía, al menos conscientemente…
Y recuerda lo más importante… ¡¡No te olvides de disfrutar de tu perro!!
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