Elder: el perro anciano que ya solo era un estorbo

Elder: el perro anciano que ya solo era un estorbo

Elder era ya un perro mayor, muy mayor, que, tras casi dieciséis años dando a su familia lo mejor de sí mismo, hacía ya algún tiempo que percibía que su amplio repertorio de recursos para captar la atención de los humanos no era tan eficaz como antes…

Y es que Elder había sido un perro muy feliz al que los cuatro miembros de la familia (una pareja y sus dos hijas a las que había visto crecer) habían colmado de todos los mimos y atenciones que merecía aquel ser maravilloso que, hasta hace no mucho tiempo, estaba lleno de una vitalidad y una chispa, siempre capaces de arrancarles una sonrisa.

Durante los últimos años, Elder se había ido apagando poco a poco, pero hasta hacía sólo unos meses, su evolución vital sólo había despertado en aquella familia la necesidad de cuidarle y darle aún más amor. Sin duda, es lo que merecía.

Pero, como suele ser habitual, llegó un punto en que el deterioro de aquel perro anciano se aceleró y empezó a ser un problema para el resto de miembros de la familia: Elder se despertaba por las noches vagando por la casa y haciendo ruido al chocarse con cualquier mueble u objeto, defecaba y orinaba en la casa, le costaba salir a pasear, había momentos en los que ya no era el mismo y parecía no reconocerles, llegando incluso a gruñirles…

Y es ahí cuando las risas que provocaban sus cambios empezaron a tornarse en enfados, gritos, correcciones, etc. que añadían aún más confusión a su cerebro, ya de por sí deteriorado y confundido. Solamente María, la mayor de las hijas, que ya no vivía con ellos, era capaz de ver lo injusto de aquella situación y se enfadaba con su hermana y sus padres cada vez que iba de visita a casa y veía con tristeza como Elder, poco a poco, se iba apagando, al mismo tiempo que se incrementaba la forma injusta en la que su familia le trataba.

Porque nadie parecía acordarse de cómo Elder fue fundamental para que Juan se recuperase de la depresión en la que calló cuando murió su madre, de aquella vez en la que sus ladridos evitaron que la casa saliese ardiendo, de los momentos compartidos con las niñas cuando estas no eran más que bebés… de tantos y tantos momentos impagables que Elder, durante años, les regaló sin pedir nada a cambio.

Y ahora que, por primera vez en su vida, Elder podía dar menos de lo que necesitaba recibir, se había convertido en un estorbo y la opción de “dormirle” iba ganando enteros ante la única resistencia de María que, quizás porque no estaba contaminada por el día a día y era capaz de ver la situación de forma más objetiva, todavía era capaz de disfrutarle, de ver en él el gran perro que siempre fue y de sentir que ese perro anciano que les había entregado su vida, merecía un poco más de agradecimiento por su parte…

¿Que pasará finalmente con Elder? No lo sabemos. En el mejor de los casos no le queda mucho tiempo de vida por lo que eso no es lo más importante. Lo verdaderamente importante es si Elder merece vivir sus últimos días sintiendo que, para la familia a la que ha entregado su vida, ha acabado convirtiéndose en un estorbo…

Moraleja: los perros nos dan todo lo que tienen hasta el final de sus días, de forma incondicional, sin esperar nada a cambio, pero que no lo esperen no significa que no se lo debamos dar. Una vida entera de dedicación merece un poco de reciprocidad, pero es que además un perro anciano todavía nos puede regalar muchos grandes momentos y, sobre todo, nos puede enseñar muchas cosas… En estos tiempos en los que solo se busca la supuesta perfección y la satisfacción inmediata, en los que cualquier cosa se vuelve obsoleta en cuestión de segundos y cualquier esfuerzo que no nos lleve a una recompensa instantánea parece una pérdida de tiempo, no parece haber mucho sitio para los ancianos, pero ¿se diferencia tanto el comportamiento de un cachorro del de un anciano? ¿Implica para nosotros, necesariamente, un esfuerzo mayor o una menor satisfacción? Quizás la diferencia fundamental es que el cachorro nos genera ilusión y la expectativa de poder disfrutarlo muchos años y el anciano nos hace pensar que todo va a ir a peor, pero ¡que injusto no saber valorar todo lo recibido por adelantado! Que estúpido despreciar a los ancianos cuando todos algún día (si hay suerte) acabaremos siéndolo…

Y recuerda lo más importante… ¡No te olvides de disfrutar de tu perro!

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El perro de la foto, Titán, es uno de esos abuelos invisibles para los humanos, pero que tienen todavía mucho que dar. Si quieres darle la oportunidad que se merece, puedes ponerte en contacto con Hoope.org:

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