
Los perros, igual que las personas, sufren estrés. Parece algo obvio pero, por desgracia, todavía no hay tanta gente que sepa identificar el estrés en sus perros y mucho menos que sepa ayudarles a gestionarlo/reducirlo.
En realidad, el estrés en sí mismo no solo no es algo malo sino que es necesario para que el perro pueda afrontar las exigencias cotidianas. El problema se produce cuando se acumula y/o cronifica ya que deja de cumplir con su función vital, pasando a dificultar el día a día del perro, muchas veces hasta el punto de impedirle llevar una vida normal.
Este estrés se manifiesta de muchas formas (ladrido excesivo, problemas con otros perros, reacción excesiva hacia la cosas, movimientos repetitivos, problemas de piel, incontinencia urinaria…) que muchas veces las personas entienden como agresividad, como algo gracioso, problemas veterinarios, etc. Pero en los casos en los que se es capaz de identificarlo nos encontramos con otro problema que dificulta mucho la recuperación del perro y que es sobre el que vamos a tratar de hablar (simplificando mucho) en esta publicación: la mala gestión cuanto tratamos de ayudar a un perro con estrés.
Como hemos comentado, lo habitual es que, cuando ya se ha identificado el problema y decidido pedir ayuda y/o empezar a tratarlo, el perro ya haya acumulado una gran cantidad de estrés. Nuestro objetivo, por lo tanto debería ser diseñar un plan para ir reduciéndolo poco a poco. Ahí es donde localizamos el primer error frecuente: se intenta acelerar a toda costa el proceso, cuando lo único que realmente nos garantizará el éxito es que seamos capaces de adaptarnos al ritmo que el perro necesita en cada momento que, normalmente, no es rápido.
El plan de reducción de estrés debería incluir unas rutinas estables que ayuden a que el nivel de estrés de nuestro perro se vaya reduciendo (paseos con horarios, recorridos, etc. preestablecidos, trabajos de olfato cuidadosamente planificados y adaptados, etc.) y, en un principio, debería de eliminar o, al menos, reducir/amortiguar al máximo todo aquello que sea una fuente de estrés para nuestro perro (dependiendo de cada caso: ruidos, otros perros, personas, correcciones, gritos, etc.). Pero estos cambios se deberían introducir de manera natural y de tal forma que no supongan otra fuente de estrés para el perro pues, de lo contrario, no estaremos haciendo más que incrementarlo. Ese es el segundo error que cometemos habitualmente, no diseñar una buen plan de reducción de estrés, no llevarlo a cabo de la forma más metódica que podamos y no estar abiertos a realizar modificaciones/adaptaciones controladas en el plan (si algo no está funcionando o, incluso, si estamos incrementando el estrés deberíamos ser capaces de verlo, evaluarlo y, en caso necesario, realizar las adaptaciones necesarias pero siempre de forma meditada y controlada). Los perros son seres vivos que viven en un entorno vivo por lo que un plan rígido e inamovible no parece una buena idea, igual que no lo parece realizar cambios incontrolados al ritmo que marquen el perro o el entorno…
Si hemos conseguido identificar el problema y diseñar un buen plan de reducción de estrés que hemos sabido llevar a cabo y sobre el que, en caso necesario, hemos sabido realizar las adaptaciones necesarias, todavía tendremos que lidiar con otro problema: todos esos sucesos incontrolables que supondrán picos de estrés para nuestros perros y que si nos dejamos arrastrar por ellos tirarán al traste todo el trabajo que hayamos hecho (ese pitido de un coche, esa visita ineludible al veterinario, ese perro suelto que aparece de repente o esa persona que se empeña en tocarle a pesar de que le hemos pedido que no lo haga…). No podemos volvernos locos y dejarnos arrastrar por cosas que no dependen de nosotros aunque hemos de decir que en muchos casos no son tan incontrolables como pensamos y si que podemos estar más pendientes para identificar ese perro que se acerca a lo lejos (y cambiar de rumbo), para hablarle a esa persona antes de que se acerque más (pidiéndole que, por favor, no lo haga y explicándole los motivos), llevándole a un veterinario con buen trato con los perros y en un horario en el que haya menos visitas, etc.
En resumen, el estrés en perros se debe tratar de forma holística, teniendo en cuenta todos los aspectos que influyen en él (lo aumentan, lo reducen, etc.). Es ahí donde radica la dificultad del tratamiento ya que si flaqueamos en alguna de las partes flaquearemos en todo. Para ello es bueno pararse habitualmente a ver las cosas “desde fuera” y, analizándolo objetivamente, ver la tendencia, comprobando si realmente estamos consiguiendo reducir el nivel de estrés, aunque sea muy lentamente. Si es así, no deberíamos volvernos locos, realizando grandes cambios, sino que deberíamos seguir en la misma línea, siempre abiertos a realizar pequeños ajustes si fuese necesario. La improvisación y/o el exceso de ambición no suelen hacer más que empeorarlo todo.
En definitiva y para que cualquiera pueda entenderlo, el perro tiene un nivel de estrés determinado, que podemos reducir con trabajos de olfato, masticación, protegiéndole de esas cosas que lo incrementan, dando paseos relajantes, etc. pero no podemos olvidarnos de esos factores que harán que el estrés aumente o se mantenga (situaciones inesperadas, conflictos familiares, ruidos…). Por lo tanto, deberíamos trabajar no solo en reducir el estrés sino en proteger a nuestro perro de todo lo que lo genera (ojo, eso no implica como dice mucha gente que metamos al perro en una burbuja para siempre sino que se trata de protegerlo para, posteriormente y una vez que hemos alcanzado el nivel de estrés óptimo, ir exponiéndole a ello progresivamente) y en, ayudarle a ganar seguridad y mejorar, poco a poco, la percepción del entorno y la gestión que hace del estrés (algo que difícilmente conseguiremos si no hemos trabajado en las dos anteriores).
Olvidarnos de alguno de los puntos o equivocarnos en ellos no solo puede significar que no mejoremos el nivel de estrés y la gestión que el perro hace de él sino que podemos conseguir empeorarlo. Nadie dijo que reducir el nivel de estrés de un perro y ayudarle a gestionarlo mejor fuese cómodo y fácil pero ¿se puede? Sí, se puede, siempre que tengamos algunas cosas presentes y no se nos olvide que trabajar en ello, en determinados casos, puede suponer un gran esfuerzo para el perro y para nosotros mismos…
Y recuerda lo más importante…. ¡No te olvides de disfrutar de tu perro!
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