Ryan era un perro fuerte, atlético, valiente, obediente y disciplinado. Sin duda, era el mejor soldado de aquel… ¿ejército? No, Ryan no trabajaba para ningún cuerpo de élite del ejército de los Estados Unidos, ni había recibido ninguna condecoración por las misiones a las que había sido destinado. Ryan era “solo” un perro. Un triste perro.
Ese triste soldado era un perro cualquiera de un barrio cualquiera viviendo con una familia cualquiera… Y no, no es que nos hayamos vuelto locos, es que Ryan se comportaba en todo como un soldado, incluso tenía un superior, Jordan, su particular teniente, al que obedecía con una particular mezcla de miedo y devoción. Nadie sabe que hubiera pasado si le hubiesen enseñado a disparar pero, seguramente, no hubiese sucedido nada, porque Ryan solo quería vivir tranquilo. No parecía mucho pedir pero, aún así, no se lo permitían…
Ryan se levantaba con su particular toque de diana: el despertador de Jordan. Y cuando, cada día, acudía a su cama esperando una caricia… ¡stay! y Ryan se paraba, a la vez que se relamía… ¡sit! y Ryan se sentaba, a la vez que bostezaba… ¡fuss! ¡sit! ¡platz! ¡non!…, todavía en casa, se iban sucediendo una serie de órdenes, hasta llegar a la puerta de salida, en la que Jordan, cogía aquel collar metálico que introducía por la cabeza de Ryan. Entonces, cada día, litúrgicamente, Jordan, enganchaba aquella corta correa y a la vez que daba un fuerte y seco tirón, decía ¡sit! ¡stay! A Ryan no le hacía falta aquel tirón. Ya sabía lo que tenía que hacer pero no le servía de nada por lo que, mientras se sentaba, el miedo recorría su cuerpo, anticipando el momento en el que el collar se ceñiría a su cuello, estrangulándole. Por eso, mientras lo hacia, no podía evitar aquel extraño y sutil movimiento de patas, provocado por el estrés contenido.
Si la casa era su cuartel, la calle era el campo de batalla de Ryan y Jordan. El “fuss” era inhumano porque Ryan no podía evitar querer acercarse a oler cualquier cosa, a pesar de que todo el mundo sabía lo que pasaría después…. ¡fuss! El collar se cerraba violentamente sobre el cuello de Ryan, que volvía a caminar pegado a la pierna de Jordan.
Y así transcurría el paseo, mientras Jordan y Ryan intentaban escapar de los enemigos… ¿y quienes eran sus enemigos? Otros perros, los ciclistas, corredores… porque aunque Jordan quería que Ryan no los viese como tal y Ryan era un soldado obediente y disciplinado que tenía muy claro quien mandaba, el campo de batalla estaba lleno de amenazas y Ryan tenía claro que tenía que defenderse. No era un perro agresivo pero era mucho mejor matar que morir…
Aunque Jordan no quería que viese todos esos elementos como enemigos, sin darse cuenta lo había entrenado para todo lo contrario. Ryan era todavía un cachorro cuando le pusieron su primer collar de ahorque. Como todos los cachorros, tenía curiosidad por todo y cada vez que quería acercarse a algo…¡fuss! y tirón de correa. Cada vez que aparecían otros perros, corredores, ciclistas, etc. sentía dolor, por lo que tardó poco en darse cuenta de quienes eran los enemigos…
En paralelo, el teniente Jordan, también había ido viendo aquellos elementos como enemigos, escapaba de ellos con tal de evitar problemas y cada vez daba más órdenes a su soldado. Pero Ryan cada vez tiraba más de la correa y cada vez tenía más problemas, a pesar de ser el soldado más obediente y disciplinado del mundo. Porque el problema no era que Ryan necesitase más disciplina. El verdadero problema consistía en que Ryan no era ni quería ser un soldado; Ryan era y “solo” quería ser un perro.
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