Furia fue adoptada con nueve meses. Tuvo mucha suerte porque una perra mestiza, negra, grande, inquieta…. no suele tener muchas opciones de que se fijen en ella. Pero aquella pareja joven, activa y entusiasta si lo hizo y la historia de Furia con aquella familia comenzó con la ilusión con la que suelen comenzar todas las adopciones.
Los primeros días en casa iban muy bien. Furia era una perra sociable con perros y con personas y muy juguetona cuando la bajaban al pipican ¡no se cansaba de correr nunca! Era un poco brutota pero era tan simpática…
Paula y Sergio estaban encantados con ella. Había roto algunas cosas en casa, no siempre acudía cuando la llamaban…. pero Furia en seguida aprendió a hacer sus necesidades en la calle, a no robarles comida… y, sobre todo, a ganarse su corazoncito. Solo había una cosa que les preocupaba: al pasear tiraba de la correa. Mucho.
Furia salía de casa ansiosa. El paseo hasta el pipican era siempre el mismo por lo que siempre tenía claro cual era el final del trayecto y solo quería llegar hasta allí lo antes posible. Únicamente variaba su dirección cuando se cruzaban con otro perro ¡tenía que ir a saludarlos a todos! Sergio y Paula intentaban llevarla siempre junta, con la correa corta y pegándole tirones cada vez que ella se adelantaba. Si echaba el morro al suelo para oler algo, le pegaban un tirón, igual que cuando se cruzaban con un perro o se paraba para mirar algún otro que pasaba por la otra acera… Habían visto muchas veces en la televisión como hacerlo pero ellos no eran capaces de controlarla ¡era una perra tan testaruda!
Unos meses después Paula y Sergio decidieron contratar un adiestrador (seguían estando muy contentos con Furia pero la cosa había empeorado: cada vez tiraba más, tenía mas ansiedad por acercarse a otros perros…. y, sobre todo, había tenido algún que otro enganchón en el pipican). Se lo habían recomendado y era especialista en obediencia. Justo lo que necesitaban. Un trabajo fácil y rápido, en solo cuatro sesiones. Era una perra dominante, les dijo, que solo necesitaba entender que ella no era el líder de la manada. Para ello practicaron la llamada, el “junto”, les enseño a someterla, a cortar una conducta dándole un golpecito…. y, sobre todo, cambiaron su collar de nylon por uno metálico, de castigo, que les permitiría tener un mejor control sobre su perra. Del estrés que tenía la perra, del a veces dificil proceso de adaptación de un perro abandonado, de la mala calidad de la comida que le daban, etc. no se habló en ningún momento. Fueron unos buenos alumnos por lo que, aunque la situación no había mejorado mucho cuando acabaron las cuatro clases, todos llegaron a la conclusión de que solo tenían que seguir practicando.
Pero aquello no mejoró. Las primeras veces Furia dejaba de tirar en cuanto sentía que aquel collar la ahogaba (el adiestrador les había enseñado como colocarlo y utilizarlo para que fuese mas efectivo) pero poco a poco empezó a ser menos eficaz. Furia se había acostumbrado a aquel dolor y aunque al tirar le dolía y llegaba a quedarse sin respiración, cada vez tenía mas ansiedad por llegar a sus objetivos y por librarse de aquel terrible castigo. Pero es que, además, Furia empezó a relacionar aquel dolor con el resto de perros y ahora se volvía loca cada vez que veía uno. Les daba miedo pensar lo que podría llegar a hacer si la soltaban….
Poco a poco, Paula y Sergio cogieron miedo a que Furia se relacionase con otros perros y dejaron de ir al pipican y de soltarla para que jugase con otros peludos, caminaban por la acera intentando evitar encontrarse con nadie, etc. Y, claro, Furia, cada vez tenía mas necesidad de liberar toda aquella energía que iba acumulando, de relacionarse con otros perros…. Alguna vez, por azar, se encontraban con algún perro y la dejaban relacionarse libremente, pero la mayor parte de las veces, en cuanto veían que Furia se tensaba un poco, se producía ese tirón de correa que desencadenaba el huracán (gritos, mas tirones, perros enloquecidos, mas dolor…).
En casa todo era distinto. Furia era una perra casi perfecta, aunque es verdad que cada vez la notaban mas nerviosa y había otras pequeñas cosas que les incomodaban un poco (saltar sobre las visitas, romper -esporádicamente- algún objeto…). Nada importante para ellos.
Como tanta gente, Paula y Sergio, estaban empezando a resignarse, a pensar que su perra era así y a reducir los paseos en la calle lo justo para que Furia hiciese sus necesidades, cruzando los dedos para no encontrarse con ningún imprevisto y poder llegar a casa sin grandes sobresaltos. Pero a la vez la querían mucho y se resistían a asumir que su perra nunca podría llegar a disfrutar como se merecía y que ellos tampoco podrían disfrutar de ella.
Mientras tanto, aquel collar seguía colgado en la entrada de la casa, preparado para el siguiente paseo. Paula y Sergio no se sentían del todo cómodos utilizándolo. Sabían que le hacía daño y que ya no tenía sobre su perra el efecto que esperaban, pero se lo había recomendado un profesional y ellos mismos habían podido comprobar como con él funcionaba, por lo que no podían ni imaginar que ese collar y la forma de relacionarse con su perro podían ser los mayores causantes de aquella situación.
Nadie sabe como acabará la historia de Furia, Paula y Sergio. Lo mas habitual es que todo siga como hasta ahora y que la situación se mantenga mas o menos igual (con sufrimiento para todos pero, también, con algunos momentos de disfrute en casa o en sitios aislados). También podría ser que el comportamiento de Furia empeore y ésta tenga un mal final e incluso acabe siendo sacrificada. Preferimos pensar que Paula o Sergio algún día, por azar, leerán un artículo en el que les cuenten que su perra no es dominante, que probablemente, solo tiene dolor, frustración y miedo y decidan contratar un buen profesional, que les confirme que deben quitarle ese collar, que les haga ver que Furia y ellos pueden volver a ser felices pero que para ello deben dejarse aconsejar, trabajar, no tener prisa… y, al final de ese camino, no podemos imaginar otra cosa mas que a Furia corriendo feliz, en el campo, al lado de otros perros, mientras Paula y Sergio, con una sonrisa en la boca, no pueden apartar su mirada de ellos.
En hoope.org tienen muchos perretes esperando una oportunidad como la que, en alguna otra protectora, tuvo Furia. Si quieres darle a alguno la oportunidad que se merece, no dudes en ponerte en contacto con ellos.
- Si quieres adoptar o acoger a uno de sus animales (http://hoope.org/adoptar/), escribe a cpa.torrejon@hoope.org poniendo en el concepto “nombre del animal”
- A partir de 10€ al mes puedes apadrinar http://hoope.org/padrinos/
- Por tan solo 1€ al mes puedes hacerte teamer: https://www.teaming.net/asociacionprotectoradeanimaleshoope
- A partir de 6€ al mes puedes hacerte socio: http://hoope.org/es/alta-socios/
- Si quieres realizar un donativo puedes hacerlo en:
> BANCO SABADELL: ES74 0081 7126 3800 0124 8130
> ING DIRECT: ES87 1465 0100 9719 0022 3223
> PAYPAL: info@hoope.org