Leroy: el perro de jardín que lo tenía todo pero no tenía nada

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Leroy: el perro de jardín que lo tenía todo pero no tenía nada

Los primeros días de Leroy transcurrieron entre la fábrica de cachorros y aquella tienda por lo que, acostumbrado a vivir sin apenas espacio y a ver como poco a poco iban desapareciendo cada uno de sus hermanos, la llegada a aquella inmensa casa, que parecía no tener límites, hacía pensar que al pequeño podía haberle tocado la lotería….

Tras aquellos primeros minutos en los que Leroy, con una mezcla de miedo y excitación, recorrió cada una de las habitaciones, baños, la enorme cocina…. y aquel inmenso parque temático que parecía el jardín, vinieron los mejores momentos de su vida: pelotas, mordedores con sonidos y sabores adictivos, comida, juegos, caricias… Sí, sin duda, parecía que le había tocado la lotería… justo hasta el momento en el que aquella puerta se cerró y todos quedaron a un lado de la puerta, excepto él…

No pasaba nada. Aquellas amables personas no se habrían dado cuenta de que se habían dejado un miembro de la familia fuera, pero Leroy era un cachorro valiente y decidido e iba a conseguir que se enterasen de aquel terrible error…. Estuvo ladrando durante varios minutos hasta que por fin escuchó que alguien se aproximaba a la puerta…  Cuando se abre, Leroy no puede estar mas contento y se empieza a mover inquieto, agitando intensa y rápidamente el rabo, al mismo tiempo que se le escapa una larga meada… justo en el momento en el que escucha: ¡No! ¡Muy mal! ¡No! La puerta se vuelve a cerrar. La escena se repite varias veces, mientras que la confusión de Leroy va en aumento… hasta que, finalmente, se hace un silencio insoportable, solo roto, en algunos momentos, por los gemidos intermitentes del pequeño cachorro.

Los siguientes días transcurren prácticamente igual pero cada vez son menos los momentos de juego y felicidad y más los «no», los «Sshh» y los momentos de soledad en el jardín en los que Leroy empieza a sospechar que no se queda a ese lado de la puerta por un terrible error…

Y, claro, aquel parque temático de lujo empieza a convertirse en una cárcel con barrotes de oro: todos los días iguales, viendo exactamente lo mismo, sin nuevos olores, sin relacionarse con otros perros, con la frustración de no poder estar cerca de su familia… Leroy tiene mucha angustia y unas sensaciones muy raras y empieza a pensar que se está volviendo loco… Es entonces cuando empieza a hacer agujeros en el jardín, a morder esas bonitas sillas de madera, a perseguir el chorro de la manguera…

Los «no» y los «shhh» se van incrementando, al igual que los zarandeos, los gritos, los «muy mal»…. Leroy no entiende nada ¿que quieren de él? ¿acaso no es suficientemente cruel no dejarle pasar al otro lado de la puerta ni al otro lado de la verja? Y esas sensaciones tan raras se van apoderando de él, al mismo tiempo que empieza a sentir una energía incontenible, que solo consigue atenuar saltando sobre ellos cuando salen al jardín, ladrando y persiguiendo a todo lo que pasa al otro lado de la valla, tirando de aquella manguera…

Ha pasado el tiempo, Leroy tiene ya ocho años pero parece mucho más viejo. Hace tiempo que no rompe tantas cosas como antes, no ladra ni corre con la fuerza de antaño en esos momentos en los que alguien se acerca a la valla y esa angustiosa sensación de no caber dentro de sí ha dado paso a una gran apatía y a una tristeza perenne. Hace mucho tiempo que Leroy ya no espera que nadie le abra la puerta. Sabe que su sitio está en el jardín, ese jardín que en su día le pareció que tenía todo lo que quería pero acabó sin tener nada de lo que necesitaba…

Moraleja: No hay piso demasiado pequeño ni jardín suficientemente grande para un perro… Su felicidad no depende tanto del qué o del cuanto como del cómo. Hay cárceles grandes y cárceles pequeñas, hay cárceles austeras y cárceles mejor equipadas pero una cárcel… una cárcel siempre será una cárcel.

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